El Jazán, el Canto y la Presencia Divina

Un judío que llegaba al Beit Hamikdash no sólo cumplía con una mitzvá: vivía una experiencia sublime. Era, en aquellos tiempos, el mayor ¨concierto¨ posible, una sinfonía que elevaba el alma y conectaba el cielo con la tierra.

12/10/20257 min read

En toda sinagoga, al acercarse los Días Solemnes, se procura especialmente encontrar un buen jazán.

Cuanto más importante y distinguida es la comunidad, mayor es el cuidado en elegir a un jazán con una voz agradable y melodías que eleven el alma. No en vano los judíos suelen preguntarse unos a otros después de las fiestas: “¿Y cómo estuvo el jazán en tu sinagoga?”.

Hay lugares a los que los fieles acuden únicamente por la fama del jazán, e incluso hay comunidades en las que al jazán lo acompaña un coro, transformando la plegaria en casi un concierto.

Pero, ¿cuándo comenzó este fenómeno? ¿Quién inventó la idea de que un jazán, sea la base de la plegaria? ¿No bastaría simplemente con recitar las palabras e irse a casa?

Para comprenderlo, debemos recordar que la plegaria en la sinagoga se funda en el servicio que se realizaba en el Beit Hamikdash, el Templo Sagrado de Jerusalén. Siempre me pregunté: ¿qué motivaba a los judíos a correr al Templo tres veces al año?, Es cierto que era una mitzvá de la Torá - la peregrinación - y también que allí presenciaban milagros, como relata la Mishná: Diez milagros se realizaban a nuestros antepasados en el Templo. Pero el ser humano se acostumbra incluso a los milagros. Lo que realmente atraía a todos era el canto de los levitas.

El rol de los cohanim (sacerdotes) era ofrecer los sacrificios. Los levitas, en cambio, tenían dos funciones: guardianes y cantores. Los que no tenían talento musical recibían tareas de vigilancia, no porque se temieran enemigos, sino por el honor de la Casa: No se parece un palacio con guardianes a un palacio sin guardianes (Maimonides, leyes de Beit Habejira 8).

Pero los levitas que sabían cantar y tocar instrumentos formaban parte del majestuoso coro. Se ubicaban en el dujhan, las 15 gradas que separaban el atrio de las mujeres del de los hombres, y allí entonaban cánticos acompañados por una orquesta completa. Los cohanim tocaban trompetas, mientras un coro de más de cien levitas se unía con voces y con instrumentos: arpas, liras, tambores, flautas, y más, tal como se describe en el último salmo: Alabadle con sonido de shofar, alabadle con arpa y lira… con tambor y danza… con instrumentos de cuerda y flauta.

Un judío que llegaba al Beit Hamikdash no sólo cumplía con una mitzvá: vivía una experiencia sublime. Era, en aquellos tiempos, el mayor ¨concierto¨ posible, una sinfonía que elevaba el alma y conectaba el cielo con la tierra.

Muchos salmos lo insinúan: comienzan con Lamenatzéaj al director del coro, o Mizmor - un cántico. Del mismo modo, el Shir shel Yom que recitamos a diario proviene de esos cánticos que los levitas entonaban en el Templo cada día. Incluso algunos afirman que la melodía de Kol Nidréi tiene su origen en aquellos cánticos sagrados.

Y no sólo en el Templo: también los profetas, cuando deseaban que la inspiración divina descendiera sobre ellos, tocaban música y formaban coros. Porque desde siempre, plegaria y melodía estuvieron entrelazadas.

El poder de la melodía en el servicio a Dios

¿Por qué el canto ocupaba un lugar tan central en el Beit Hamikdash? Porque para servir a Hashem y hacer teshuvá es necesario despertar el corazón, y no existe un camino más fuerte y eficaz para elevarse que a través de la música y el canto. La melodía ayudaba al judío que llegaba al Templo a despertar en él un sincero deseo de retorno.

El movimiento jasídico santificó la música, elevándola a un nivel sublime y convirtiéndola en uno de los fundamentos de la jasidut. Según la tradición jasídica, la melodía es la pluma del alma: aquello que no puede expresarse con palabras puede ser transmitido por un nigún (melodía espiritual).

Sobre la fuerza del nigún jasídico se cuenta la siguiente historia:

Muchos han oído hablar de Zalman Shazar, el tercer presidente del Estado de Israel. Provenía de una familia jasídica de Jabad: su abuelo materno había sido discípulo del Tzemaj Tzedek y del Maharash. Sin embargo, Shazar creció en la época de la ilustración judía y del sionismo, y durante muchos años se alejó... Hacia el final de su vida regresó con gran cercanía al judaísmo y al Rebe de Lubavitch. En sus memorias relata lo que le dio fuerzas para mantener siempre vivo su lazo con el judaísmo.

El último Shabat antes de emigrar a Israel en 1911, visitó a su abuelo en la ciudad de Mir (de donde mi abuelo logró escapar antes que los nazis mataran a toda su familia). Pasó con él todo el Shabat, y el domingo por la mañana su abuelo lo acompañó hasta las afueras de la ciudad.

En Jabad existe un nigún muy profundo, compuesto por el primer Rebe (Rabí Shneur Zalman de Liadí), llamado el Nigún de las Cuatro Bavot. Es una melodía solemne, considerada entre los jasidim como el Shofar del Mashíaj. Consta de cuatro partes, que simbolizan los cuatro mundos espirituales (Atzilut, Beriá, Yetzirá y Asiá), los cuatro niveles del alma (Néfesh, Rúaj, Neshamá y Jaiá) y las cuatro letras del Nombre de Hashem. Este nigún es interpretado solamente en momentos muy especiales, como al acompañar a un novio y una novia hacia la jupá.

El propio Shazar llevaba el nombre Shneur Zalman en honor al primer Rebe de Jabad. En aquella despedida, su abuelo le dijo:

Conoces bien el nigún del Rebe. Entre los jasidim existe una tradición: si un jasid quiere recordar esta melodía sagrada y, buscándola en su memoria, no la encuentra, es señal de que sus caminos se han confundido y debe examinar sus actos y despertar en teshuvá. Porque no en vano se olvida un nigún tan santo: es para nosotros una señal, una prueba. Recuerda esto, hijo mío.

Shazar cuenta que ese nigún lo acompañó toda su vida, sosteniéndolo en las subidas y bajadas de su existencia.

El 29 de noviembre de 1947 (16 de Kislev 5708), cuando la Asamblea General de la ONU votaba la histórica resolución sobre la creación del Estado de Israel, Shazar estaba presente como miembro de la delegación de la Agencia Judía. Allí, en medio de la tensión entre miedo y esperanza, recordó las palabras de su abuelo: Si alguna vez te hallas en confusión, busca en tu memoria el nigún del Rebe. Si logras escucharlo en tu interior, será señal de que tu camino es recto. Si no…,.

Ese día buscó dentro de sí el nigún… y no lo halló. La angustia aumentó. En ese momento vio a un hombre judío entre la multitud, y le pasó un pequeño papel en el que había escrito: Ana Hashem hoshía na – Por favor, Hashem, sálvanos. El hombre le devolvió el papel con la respuesta: Ana Hashem hatzlijá na – Por favor, Hashem, haznos prosperar. En ese instante, cuenta Shazar, se iluminó su alma, y de lo más profundo de su ser emergió nuevamente la sagrada melodía del Alter Rebe. Al volver a resonar en su interior, desapareció toda confusión.

Este relato muestra cómo un nigún jasídico puede sostener a un judío a lo largo de toda su vida, manteniéndolo conectado a su esencia. Porque la melodía toca lo más profundo del alma, allí donde las palabras no alcanzan.

Torá que impulsa a la acción

En nuestra parashá leemos: Vayavó Moshé vayedaber et kol divréi hashirá hazot, -Vino Moshé y habló todas las palabras de esta canción-. Tanto en la parashá de esta semana como en la anterior, la Torá es llamada ¨shirᨠ(canción): Veatá kitvú lajem et hashirá hazot, y de allí se aprende el fundamento de la mitzvá de escribir un Sefer Torá.

¿Por qué, entonces, la Torá recibe el nombre de shirá?

Aquí hay una enseñanza fundamental: la Torá no es simplemente un libro de leyes seco, que uno estudia solo para saber lo que está permitido o prohibido, como un abogado que estudia un código legal. La Torá es una canción: debe conmover al ser humano, moverlo y elevarlo a un nivel completamente diferente.

Se puede observar en un niño pequeño: cuando escucha música, su cuerpo empieza a moverse de manera natural. Así también la Torá: debe generar movimiento en la persona, impulsarla a la acción y a un crecimiento espiritual constante.

Además, la música tiene una ventaja sobre el discurso. Con las palabras sucede que, una vez escuchadas, no hay interés en oírlas de nuevo; y si alguien repite lo que ya dijo, puede incluso molestar. En cambio, con la música ocurre lo contrario: cuando un cantante interpreta una melodía hermosa, todos piden que la repita una y otra vez. Jamás hemos visto que, después de un gran sermón, la audiencia grite al rabino: ¡Repítelo otra vez, por favor!. Al contrario: si accidentalmente repite lo dicho en otra ocasión, hasta podrían quejarse contra él…

Por eso la Torá es llamada shirá, y por eso la leemos con taamim (entonaciones melódicas). La música de la Torá hace que siempre se quiera volver a escucharla, sin cansancio, porque esa melodía nunca se puede detener.

Rabbi Shalom Ber Binshtock (Sheliaj Jabad de Valencia-España)

Este video a continuación es una fusión de la voz del Jazan con la sonoridad del Mariachi en un lanzamiento reciente que hicimos en las que utilizamos la melodía del compositor Dovi Zeltzer de la canción Eretz Tzvi Interpretada por el joven Jazan Itzchak Zelman, producida por Yojanan Peretz titulada Mi Sheberaj le Jaialei Tzahal (Plegaria para los soldados del Ejército de defensa de Israel)